5.12.2010

La metéfora en la pintura de Guillermo Arreola


Metáfora en la pintura de Guillermo Arreola
Por Carmen Rioja


“Las piedras jamás paloma / ¡qué van a saber de amores!”
Tomás Méndez en Cucurucucú Paloma (Canción ranchera)

Heidegger dice que a las significaciones les brotan palabras1, pero en la pintura de Guillermo Arreola las palabras se resisten. Las imágenes que se materializaron en el cuerpo de trabajo de la exposición No Volveré existieron mucho antes que sus significaciones y es por esto que hay que sacarles las palabras con tirabuzones. Mientras contemplo esta exposición itinerante recuerdo algo muy cierto que dijo Juan Villoro: los cuentos no quieren ser contados; y como una analogía podríamos decir que hay significados que no quieren ser revelados. Hay imágenes en los óleos de Guillermo Arreola que reposaban en el lecho del inconsciente y que sólo a través de su exhaustivo ejercicio de introspección y de autoexposición ha logrado traer a lo manifiesto para que después podamos apostar por un significado. Aunque apostar aquí por palabras no es del todo necesario.
De este carácter huidizo e inasible es ejemplo la pintura “Las piedras, jamás”. En ella se revelan significados para los que las palabras parecen no maleables. Hay un conflicto que ha sido sorprendido en el acto: en esta pintura vemos el retrato de la imagen en el instante mismo en que la imagen emerge a fuerza de presión. Y aún vemos el clímax: la imagen que tiende a desaparecer, se debate entre revelarse groseramente –en un expresionismo figurativo crudo– o sumergirse definitivamente en lo abstracto.
“Las piedras, jamás” es un óleo en el que un hombre flota en decúbito lateral, pero sólo alcanzamos a ver medio rostro, un ojo ciclópeo. Apenas comprendemos media mirada y ella se dispara hacia el espectador. No sabemos si emerge o se hunde; las pinceladas horizontales de texturas violentas se van difuminando; cubren la mitad inferior del rostro sugiriendo agua de río por sus colores claros, azules y grises en movimiento siempre veloz. El brazo izquierdo de este personaje sobresale de la superficie de agua y se encuentra flexionado sobre el pecho. La mano se insinúa dibujada a la altura del corazón.
Hay dos elementos de alto tono en esta composición que ineludiblemente el espectador se ve obligado a conjugar internamente. El primero es la mirada que está acentuada por cejas pobladas de oscuros brochazos; quien conozca a Arreola sabrá que su mirada es la de un poeta incansable que mira más de lo que muchos podemos, quisiéramos ver, o nos sentimos cómodos con ver, y que sus gruesas cejas son apenas la sombrilla necesaria para las pupilas. Un descanso de la luz cegadora emitida por todas las cosas de este mundo. El segundo elemento son los rojos y carnosos labios llenos de vida, fuerza creadora del eros, rodeados por una barba oscura y muy cerrada. Este negro contra rojo sobresale de la claridad y sutileza del fondo de agua gris azulada, nada explosivo y sin embargo violento en su velocidad. No vemos nada más de la figura de este hombre sino aquello para lo que aún no hemos inventado nombres y que está bajo el agua o bajo niebla y en el aire. El título de este óleo es un tanto críptico. Que aunque bien podríamos preguntar al pintor por la razón y significado de estas palabras, me aventuro a reclamar el derecho de la obra de ser autónoma y de ofrecer otros significados per se, aún aquéllos que el autor no había contemplado. Imaginemos por ejemplo la teoría de Heidegger que dice que el ser puede también manifestarse como lo que no es. ¿Qué es y qué no es “Las piedras, jamás”? Es mirada acentuada y labios rojos que emergen enmarcados por una negra barba.
Quisiera aventurarme más allá y decir que Arreola, al estar adscrito a la cultura mexicana, hubo de asumir que a partir de este título, habría una resonancia directa con el verso de la popular canción ranchera Cucurrucucú Paloma: “Dicen que por las noches nomás se le iba en puro llorar / dicen que no dormía nomás se le iba en puro tomar / dicen que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto / cómo sufrió por ella que hasta en la muerte la fue llamando / Cucurrucucú, paloma, cucurrucucú, no llores / Las piedras jamás paloma / qué van a saber de amores/”2 El tono de la canción hace congruencia con la emotividad contenida en la pintura. En su blog, Guillermo incluye un diálogo poético acerca de una piedra y cómo las piedras son pensamientos que están en el fondo: “Que sólo había estado sacando las piedras de su memoria, había estado escombrando y había vuelto de allá, con piedras, las piedras de mi memoria, las piedras de mi pensamiento, dijo.” 3
Las piedras de las que trata esta obra no pueden flotar o no quieren, son piedras jamás inasibles. ¿Qué significa toda esta agua? Quizás un río, quizás las piedras del fondo que no vemos: Las piedras, jamás.

1 Martin Heidegger, 34, El Ser y El Tiempo, [1927], Traduc. José Gaos, FCE, 1944; Ed. Planeta-Agostini, España, 1993, P 180.
2 Tomás Méndez, Cucurrucucú Paloma; 1954, Canción ranchera.
3 Guillermo Arreola, 5 de marzo 2010, , visitado en abril 2010.

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